¿Cuál es nuestro modelo de sociedad? ¿Qué causa nuestra decadencia? ¿Qué sociedad se dibuja frente a nuestros ojos? ¿Qué escenarios se abren hacia el futuro? Esas son las preguntas que los argentinos nos hacemos mientras avanza el proyecto económico del gobierno surgido de las elecciones de noviembre de 2023.
La mejor Argentina: ¿Centenario o Sesquicentenario?
El presidente Javier Milei afirma que la historia argentina contiene medio siglo de rápido ascenso (últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX) y luego un siglo de decadencia. La anexión de tierras aborígenes, la sociedad comercial privilegiada con Inglaterra y la masiva inmigración europea fueron pilares centrales para que un país internacionalmente marginal se convirtiera en una nación agrícola-ganadera relevante en la esfera internacional. La arquitecta de esta gran transformación fue una élite cuyo proyecto era crear “la Europa de América del Sur” y donde Buenos Aires mostraba trazados urbanos y edificios que reflejaban a París, Madrid y Londres. El PBI per capita era similar al de varios paises europeos. Mientras tanto, los inmigrantes se convirtieron en trabajadores agrícolas y en mano de obra en servicios y pequeños talleres industriales. Sin mas que unas pocas medidas legales de protección al trabajo, impulsadas fundamentalmente por el socialismo a principios del siglo XX, la situación de las masas trabajadoras no era precisamente envidiable y la represión era la respuesta más comun a los desafíos de sus modestas organizaciones. La clase media apenas asomaba la cara.
Desde mi perspectiva, la fase ascendente no se detuvo en la segunda década del siglo XX sino que continuó luego su ascenso, aunque cada vez con mayor dificultad, hasta la década del sesenta para comenzar desde allí la cuesta abajo. El país agroexportador y librecambista estaba en crisis luego de la Primera Guerra Mundial y las restricciones al comercio que ocasionó, dieron impulso a una industria sustitutiva de importaciones. Este proceso coincide con un nuevo fenómeno de migración masiva pero esta vez del interior del pais hacia Buenos Aires y Rosario, principalmente. Así, surgen gobiernos con posturas de mayor intervención estatal, desarrollando y protegiendo la industria local, estimulando el consumo interno y dotando a los trabajadores de salarios y condiciones de trabajo beneficiosos. Una fotografía de la Argentina sesentista muestra grandes progresos en el desarrollo de industrias de base como la siderurgia, el aluminio y la petroquímica, autosuficiencia en la producción de energía fósil e hidroeléctrica, fabricación de automotores de marcas nacionales, avanzada investigación en energía nuclear, fabricación naviera y aeronáutica, universidades prestigiosas e investigación científica destacable. Poseía una sociedad con alto nivel de integración social y muy importante desarrollo de los sistemas educativos y sanitarios. Hacia fines de los sesenta, El PBI per capita no era equivalente al de los paises europeos pero duplicaba el de Brasil
La curva ascendente que comienza a aplanarse, tiene su cenit en los sesenta y revierte su tendencia a partir de allí, no se relaciona con el abandono del librecambismo sino que tiene como ingrediente fundamental la inestabilidad y conflictividad políticas iniciadas con el golpe militar de 1930; a partir de allí aparecen gobiernos ilegitimados por fraude o proscripción, asonadas militares y mala praxis económica que dañaron seriamente al país, restándole condiciones para un mayor desarrollo económico y social.
La decadencia y sus causas
A mi juicio capitalismo, democracia y sociedad conforman un trío claramente disfuncional que explica la decadencia a partir de los ‘70. Veamos
El capitalismo argentino tiene una frágil estructura basada en una economía exportadora fundamentalmente primaria (agricultura, ganadería, pesca y minería) sin mayor valor agregado, que coexiste con una industria diversificada altamente demandante de divisas para adquirir los bienes de capital e insumos que precisa para producir. Pero sus precios y calidad hacen que posea escasa capacidad exportadora. De esta manera la industria es altamente dependiente de la suerte del sector primario exportador y su crisis es mayúscula cuando a este no le van bien las cosas.
La sociedad argentina, por su parte, gozó como algo normal de momentos económicamente excepcionales prolongados ligados a factores internacionales (Perón y los recursos provistos por la Segunda Guerra Mundial; Menem, los préstamos internacionales y las joyas de la abuela; Kirchner, la soja y China). Pero cuando la bonanza desaparecía, la situación social y política se tornaba crítica apareciendo con claridad la endeblez del sistema productivo frente a las expectativas y experiencias de consumo que buena parte de la sociedad experimentó en los extensos periodos de bonanza. Se trata además de una sociedad que desarrolló fuertes organizaciones de defensa y lucha por sus intereses aun en los sectores más vulnerables.
La democracia argentina se basa desde hace tres décadas en urgencias electorales bianuales que incide fuertemente en el cortoplacismo de quienes obtienen el gobierno y pretenden conservarlo y, además, exhibe inexistencia de acuerdos básicos en temas fundamentales por parte de las principales fuerzas políticas. Ello afecta negativamente tanto los intentos drásticos como gradualistas de resolver los desequilibrios macroeconómicos que se generan en los periodos donde no existieron circunstancias excepcionales, y marchar hacia un crecimiento sostenido.
La dinámica entonces, que caracteriza las relaciones del trío es la siguiente: el capitalismo funciona de manera fluida en los momentos excepcionales y la sociedad disfruta de un nivel de vida que considera le corresponde, pero cuando aquellos momentos desaparecen, la presión social y política de la fuerte y organizada sociedad cuyas expectativas no admiten demoras para concretarse, puja por retornar a la experiencia de dichos periodos, reforzando la crisis económica, conduciendo a serias consecuencias sociales y a bruscos cambio políticos que no encuentran solución hasta la aparición de nuevas circunstancias excepcionales, es decir, algún nuevo “milagro”.
La actual sociedad argentina
Un elemento esencial a entender es que en los tiempos donde el liberalismo reinaba en Occidente existía en el mercado de trabajo un mecanismo denominado Ejército Industrial de Reserva, conceptualizado por Marx y Engels, estableciendo que en los momentos de depresión o recesión de los ciclos económicos, típicos de la economía liberal, los desocupados constituían un contingente en disponibilidad, de forma tal que frente a demandas de los ocupados que fueran más allá de la tolerancia de sus empleadores, estos podían despedirlos y utilizar este ejército de reserva para contratar desocupados dispuestos a aceptar iguales o menores salarios, iguales o peores condiciones de trabajo. Y esto era posible porque el temor al desempleo se tornaba, en periodos recesivos, un poderoso desincentivo para la organización, la protesta y el conflicto obrero. Ahora, un dato central es que el funcionamiento de este mecanismo era posible porque existía intercambiabilidad en la fuerza de trabajo; se trataba básicamente de labores que solo exigían esfuerzo físico y una escasa capacitación. Despedir revoltosos e incorporar miembros de esta masa de trabajadores en disponibilidad no representaba un problema mayor para el fluido funcionamiento de la actividad económica.
La situación cambia sustancialmente en los tiempos actuales. Ya no son las grandes industrias con gran volumen de mano de obra como la siderurgia o la petroquímica las que lideran el crecimiento del producto y del empleo, sino actividades signadas por dosis crecientes del elemento inmaterial denominado conocimiento, tales como tecnologías de información y comunicación, aeronáutica, biogenética, robótica, ciencia de nuevos materiales, etcétera. Y en estas, aunque la existencia de un ejército de reserva no desaparece, la intercambiabilidad se reduce enormemente, dejando a quienes poseen bajos niveles educativos cada vez más alejados de la posibilidad de inserción en el mercado de trabajo moderno y condenados a sobrevivir de las migajas que arroja el sector productivo.
Así, nos encontramos ahora no solo con un ejército de reserva, por lo general altamente calificado en ciertas áreas de la economía moderna, sino con una situación de notas malthusianas, esto es, una población excedente. Población que no tiene ni tendrá posibilidades de inserción en un mercado laboral que requiere cada vez mayor calificación. Y es aquí donde se encuentra el núcleo duro de la exclusión social y donde residen los problemas de empleo y la pobreza.
Pero esta desigualdad en aumento es también percibida por una población más informada, generando un recrudecimiento de la conflictividad social. Efectivamente, a diferencia de los excluidos del mercado laboral en el siglo XIX y buena parte del XX, habitantes de zonas rurales sin niveles apreciables de organización y analfabetos en su mayoría, la exclusión moderna es básicamente urbana, con miembros que acceden masivamente a medios de comunicación y mayor organización social. Personas, además, sujetas a una sensual publicidad que les plantea un conjunto de consumos que no tienen posibilidad alguna de realización y que genera profunda insatisfacción. Esto se traduce en creciente conflictividad social con el crecimiento de delincuencia de todo tipo. La respuesta de algunos jóvenes a la exclusión que experimentan es escapar de ella a través de caminos ilegales, pero que brindan respuesta a las ansias de consumo y de mejor vida. Este camino acorta significativamente la expectativa de vida de estos jóvenes que frente a la ausencia de oportunidades de trabajo o labores duras y mal pagas prefieren el lema utilizado en México de “más vale 10 años como rey que 30 como buey”.
Escenarios abiertos
Así, ¿cuáles son los escenarios que enfrenta el país?
Estamos recorriendo un camino ya recorrido en varias oportunidades por experiencias de gobiernos de derecha militares o democráticos. Es muy pronto para juzgar su suerte. Está por verse si puede sostener una senda de crecimiento económico pero la historia nos dice que fueron más eficaces en dañar el cuerpo social que en lograr un crecimiento sostenido.
Por ello, no debemos descartar un segundo escenario donde en el intento de aferrarse al poder, las políticas del gobierno, tarde o temprano, conduzcan a perderlo solo para que una nueva fuerza a cargo reinicie el ciclo. Como en el mito de Sísifo el resultado de este círculo vicioso es continua decadencia. En este caso, un probable sucesor es un gobierno con un enfoque estatista de sesgo anticapitalista inspirado en sociedades como la venezolana. Aquí no deberían esperarse resultados muy diferentes a los que ofrece dicho país.
Podría existir también un escenario de desarrollo liderado por un gobierno procapitalista republicano, expresión de una amplia coalición de fuerzas centristas. Sobre la base de un compromiso de evitar desajustes macroeconómicos y potenciar el desarrollo de las fuerzas productivas, este camino debería implicar inserción internacional, estímulo al esfuerzo y la innovación, mas y mejor educación, protección de los más vulnerables a través de promocionar actividades laborales y educativas, intransigencia frente a la corrupción, castigo del delito, mejorar la calidad de gestión del Estado, entre otras tareas.
Hoy la probabilidad de este escenario es muy baja aun cuando existen bases sociales para el mismo. Es el escenario que me convoca para el deseo que el país deje su costumbre de oscilar entre extremos y por ende continuar cuesta abajo.
*Sociólogo y politólogo, licenciado en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional de Cuyo, máster en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Pittsburgh. Es profesor titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.