A Toto Caputo sólo le faltó decir «si te parece que la tasa de la caución está barata compra, no te la pierdas, campeón». Pero probablemente haya sentido la tentación: muchos analistas daban por obvio que la aparición de liquidez obedecía a que el propio gobierno había intervenido mediante la compra de dólares en el mercado spot o de bonos del Tesoro, aprovechando la baja en la cotización.
De hecho, la opción de recomprar Lecaps de vencimiento corto hasta era una sugerencia que los economistas le hacían al gobierno, dado que la semana próxima debe enfrentar vencimientos por $11 billones.
Pero el ministro negó públicamente esa intervención, dando a entender que lo que había generado la recomposición de pesos era la propia interacción de los bancos, ahora obligados a «ser más eficientes en su manejo de liquidez», al decir del presidente del BCRA, Santiago Bausili.
Lo cierto es que la tasa de la caución, tras el pico de 77% del martes, terminó en 38%, y el miércoles tocó un máximo 67% para cerrar la jornada en torno de 40%. No son números para festejar, por cierto, pero dejaron una cierta sensación de que la turbulencia generada tras el desarme de la «bola de LEFIs» estaría en vías de superación. Y no sólo eso, sino que hasta se consintió desde el gobierno la disparada de las tasas como una forma de revertir la escapada del dólar, que venía subiendo a un ritmo de 9% mensual.
En el mercado hay versiones sobre ventas de bonos y de divisas por parte de los bancos más necesitados de liquidez. Además, ante la tentación de las altas ganancias a corto plazo por parte de pequeños inversores apareció una oferta de pesos que terminó arbitrando el mercado.
Y en medio de la turbulencia, el gobierno resistió la presión de los bancos para que se reabriera la ventanilla por la cual les presta pesos a quienes tienen urgencia de liquidez -los llamados «pases activos»-.
La pulseada y el spread
De hecho, esa fue una de las mayores críticas que desde el sistema bancario se le hizo al gobierno cuando forzó a vender las LEFIs sin tener una alternativa de inversión de corto plazo. Sin la posibilidad de recurrir a los pases activos desde que se levantó el cepo, los bancos se ven obligados a aumentar sus previsiones para cubrir una emergencia -por ejemplo, un aumento en la demanda de pesos o un retiro de depósitos mayor a lo usual-.
Al perder la asistencia de su «prestamista de última instancia», el gerente del banco no puede arriesgarse a tener poco efectivo en caja, porque si ocurre un imprevisto no puede responder ante sus clientes. Y eso lleva a que en el sistema se empezó a juntar liquidez «por las dudas».
Es una situación que, según los bancos, deriva inevitablemente en un mayor spread de tasas -es decir, una mayor diferencia entre lo que los bancos le cobran a quienes piden crédito y lo que les paga a los ahorristas-.
Los créditos para el consumo pueden llegar a niveles de 160% de costo financiero total, mientras la remuneración de plazos fijos para los ahorristas llega, en los depósitos más largos, al 32% efectivo anual.
En el sector corporativo las tasas son menores, pero aun así muy por encima de la inflación prevista. El rubro agrícola, por ejemplo, que suele obtener mejores tasas por su condición de exportador, se puede obtener crédito al 50%, pero sigue siendo un monto que los productores ven como caro, dada la disminución de sus márgenes de rentabilidad. Y en el segmento pyme, se puede llegar a un costo del crédito en torno de 70%.
Pero el gobierno no se da por aludido. Más bien al contrario, parece estar contento con la situación porque se inscribe en el lema «que los bancos vuelvan a trabajar de bancos».
Así lo fundamentó el propio Bausili: «Cuando el Estado remunera todos los saldos todas las noches, es un costo del Estado. En un extremo, hasta es un subsidio. Vos en lugar de estar administrando tu liquidez en forma eficiente, podés ser súper ineficiente. Total, alguien lo paga. Ese alguien es el Estado. Ahora vas a tener que ganarte un retorno según qué tan eficiente seas. Te tocó laburar».
Cambio de humor en el mercado
Esa postura dura del gobierno fue celebrada por sus seguidores, pero tuvo el inmediato efecto de una advertencia: el forzar a los bancos a esa «búsqueda de eficiencia» con una turbulencia de tasas podía traer un efecto colateral indeseado: el enfriamiento del crédito.
Después de todo, lo ocurrido en los últimos días llevó a que el costo del fondeo llegara hasta 4% mensual, en una economía con una inflación de 1,5%.
Las cifras empiezan a dar cuenta de un cambio de humor en el mercado. En junio, los préstamos del sector bancario tuvieron un crecimiento mensual real de 2,6%, lo cual implica una ralentización respecto de los meses anteriores, cuando el crecimiento venía a una velocidad de 3,9%.
Son cifras que lucen pequeñas en comparación con las de hace un año, cuando el financiamiento a las empresas crecía de volumen a un ritmo de 17% real mensual, mientras que el consumo subía a una velocidad de 10% real. Claro que en aquel momento había razones de peso para que se viera semejante crecimiento: en primer lugar, que se estaba en recuperación de un escenario previo de muy bajo crédito; y en segundo lugar, que había una agresiva política oficial de baja de las tasas de interés.
Ahora, ya hay indicios de un punto de inflexión. Un informe de Julián Muntane para la consultora Di Stefano señala que, desde julio, los préstamos por tarjeta están cayendo a un ritmo de 7,1% mensual, mientras que también disminuyen los depósitos, aunque a un ritmo menor, de 1,4%.
Y la percepción que predomina en el mercado es que esa tendencia se profundizará en los próximos meses. «Posiblemente el gobierno apunte a menores tasas reales hacia adelante, para impulsar crédito y actividad económica, pero que no querría ver, al menos hasta las elecciones, una baja muy significativa», observa un informe de la gestora de fondos SBS.
Por su parte, la advertencia de la consultora LCG es: «Esta suba de tasas, de no estabilizarse pronto, impactará en las tasas bancarias, tanto activas como pasivas, incorporando un ingrediente adicional que podría significar un lastre para el despegue de la actividad económica. Ciertamente, sería deseable que el BCRA intente controlar la volatilidad de tasas ya sea interviniendo en el mercado de Lecaps o habilitando una ventanilla de liquidez».
¿Un contagio de tasas a precios?
Por lo pronto, en las empresas se está manifestando la preocupación por un indicador del que no se suele hablar tanto, pero que resulta vital en el manejo diario de la caja: el costo financiero por hacer un descubierto en cuenta corriente.
Es una práctica común en empresas que deben afrontar un volumen alto de pesos concentrado en pocos días -salarios del personal, pagos a proveedores, entre otros- y que se financian con su banco por quedar unos días con la cuenta en negativo.
Esa tasa subió abruptamente a 54% nominal anual, cuando hace una semana se ubicaba en 32%, una cifra mucho más acorde con la inflación esperada.
En definitiva, lo que marcan los críticos del gobierno es que bajo la bandera de la mayor eficiencia bancaria se termine enfriando la economía por el encarecimiento del crédito. Y también hay advertencias por un efecto contagio de las tasas altas al sector de crédito directo entre empresas: por caso, se estima que en el agro los proveedores de insumos financian a los productores por un volumen de unos u$s6.000 millones, y que esa operatoria se podría ver afectada.
Y es ahí donde surge el nuevo gran interrogante del mercado: ¿puede ser que finalmente el mayor peligro de «contagio a los precios» no provenga del dólar -como teme el gobierno- sino de un alza desmesurada de las tasas de interés?
Es un tema que se empieza a debatir entre los economistas, y las visiones que predominan son escépticas. Las empresas que operan en rubros de márgenes pequeños no podrán evitar el traspaso ante una situación de mayor costo crediticio.
Así como en un momento se empezó a hablar del «desanclaje» entre el dólar y los precios -fue lo que terminó con la «tablita» del crawling peg y llevó al levantamiento del cepo- ahora se está instalando un temor similar con las tasas: que en vez de operar como un freno a la inflación por el retiro de liquidez termine siendo un factor inflacionario por los mayores costos financieros para las empresas